Acción y reacción

Ulises Gorini
[size=small]Desde sus primeros años de vida, el Instituto vio la importancia de incidir en el campo comunicacional con una voz propia. En 1966 salió a la luz el primer número. Una mirada sobre la realidad desde la perpectiva de los cooperativistas. Hace 50 años, exactamente el 1° de abril de 1966, apareció el primer número de Acción, expresión del cooperativismo de crédito nucleado en el Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos (imfc), uno de los movimientos sociales y económicos más singulares de la historia argentina.[/size]

Inspirado en la experiencia de los trabajadores de Rochdale (Inglaterra, 1844), el imfc sostuvo que los principios emanados de aquella iniciativa pionera no solo eran válidos para las organizaciones cooperativas sino, también, para toda la sociedad. Es decir, la cooperativa como modelo de resolución legítima de las necesidades de sus asociados, y los principios cooperativos como inspiradores de un proyecto de sociedad para todos los argentinos. Se establecía, así, un vínculo indisoluble entre cooperativismo y política.

Acción encarnó y encarna esa idea. «En defensa del cooperativismo y el país», sostiene el lema que encabeza nuestras páginas, en las que se abordan los avatares de nuestro movimiento y, a la vez, la realidad nacional e internacional desde la perspectiva de los cooperativistas y su vocación de transformación social.

En abril de 1966 todavía gobernaba Arturo Illia, bajo cuya presidencia el movimiento cooperativo de crédito había alcanzado un desarrollo nunca antes visto. Además de los cientos de cooperativas de crédito que habían surgido a lo largo y ancho de todo el país, un dato era revelador de su verdadera magnitud: los depósitos en esas cooperativas superaban el 10% de todos los depósitos del sistema financiero nacional. Era dinero de los argentinos en manos de los argentinos, como sostiene la consigna histórica del imfc. Pero a los sectores del poder económico concentrado, apoyados en las Fuerzas Armadas y sectores políticos conservadores, no les gustaba ni el gobierno de Illia ni, entre otras cuestiones, las cooperativas de crédito.

Dos meses y algunos días después del surgimiento de Acción, las Fuerzas Armadas y grupos civiles del privilegio, que constituían el poder económico más concentrado, derrocaron al presidente Illia y, entre las primeras medidas adoptadas, atacaron directamente al imfc y sus cooperativas. Así, el 28 de junio de 1966 asumió al Poder Ejecutivo el general Juan Carlos Onganía, designando un gabinete integrado en su enorme mayoría por gerentes de las grandes empresas e inaugurando lo que fue conocido como «la dictadura de los monopolios». Todavía no se usaban las siglas ceo (Chief Executive Officer), sino que se les decía en castellano «los ejecutivos», los «vivos», según la canción de María Elena Walsh, que iban del salón al avión, tenían la sartén por el mango, y el mango también. Y a los ejecutivos no les gustaba aquello del dinero de los argentinos en mano de los argentinos.

La concentración monopólica incluía también al sector de los medios de comunicación, generando así no solo un buen negocio, sino algo quizás todavía más importante: un poder impresionante para influenciar en la opinión pública. Lo que ya se había puesto en evidencia con la consagración mediática del apelativo de «tortuga» con el que habían atacado a Illia. Y que por primera vez en nuestra historia había motivado un análisis específico sobre el papel decisivo de los medios de comunicación en la creación del clima político necesario para el golpe de Estado y, posteriormente, para su legitimación. Sin embargo, la concentración mediática de aquel entonces estaba bastante lejos de la actual. En el libro Periodistas y magnates: estructura y concentración de las industrias culturales en América Latina, los investigadores Guillermo Mastrini y Martín Becerra revelan que la Argentina exhibe índices de concentración superiores a la media de la región. En cada uno de los rubros de la información (prensa escrita, televisión abierta o de pago, radio) los cuatro principales operadores dominan más del 75% del mercado. El papel de ese sector es decisivo para determinar rumbos culturales, económicos y políticos.

La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual sancionada durante el gobierno anterior, entre otros aportes, ponía límites importantes a esos oligopolios, recogiendo consignas históricas del movimiento por la democratización de la comunicación, en el que el imfc tuvo una participación protagónica. Pero un reciente decreto del gobierno de Mauricio Macri, interpretando las necesidades y urgencias de los sectores mediáticos concentrados, privó a aquella ley de sus mejores cualidades. Y no solo eliminó restricciones a la concentración existente, sino que posibilitó mayor concentración. Por ejemplo, apenas días después de aquel decreto, el grupo Clarín avanzó con la compra de la empresa de telefonía móvil Nextel.

En una medida acorde con nuestras posibilidades como movimiento cooperativo, pero seguramente con enorme desventaja frente al poder mediático concentrado, el imfc creó Acción, revelando una conciencia temprana sobre la importancia de actuar en el campo comunicacional a través de una voz propia. No había ninguna ingenuidad sobre el papel de los medios de comunicación hegemónicos.

Hoy como ayer, Acción interviene en ese campo comunicacional para hacer escuchar otras voces, nuestro punto de vista, que no oculta su origen ni su perspectiva política e ideológica, que no participa del oportunismo camuflado de unos medios que se llaman independientes y que, sin embargo, dependen, representan y en muchos casos son ellos mismos sectores del privilegio y la reacción. Reacción. Ejecutivos ¿Palabras pasadas de moda? Con 50 años a cuestas, seguimos siendo Acción, hablando entre otras cosas de la reacción, y cantando, como la cigarra, las canciones de María Elena Walsh.

Revista Acción Nº 1191 - primera quincena de abril de 2016

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